miércoles, febrero 04, 2009

El sidecar de Telepizza


Hace más de un año que decidí hacer ejercicio y me propuse acudir a una piscina a nadar. Desafortunadamente la irregularidad en la asistencia comenzó semanas después de mi decisión. Empecé yendo tres veces por semana y luego iba dos, una. Luego semanas enteras sin ir. Más tarde, el rodaje y las ganas de nadar en una piscina olímpica eran superadas por las de nadar en un mar de orujo de hierbas.

Como uno tiende a disculpar la falta de constancia con una explicación racional, hace semanas elaboré una teoría para justificar mi irregularidad: hay gente que va todos los días a la piscina y están gordos como budas.

Veo a los mismos hombres que nadan cada día. No se ponen en forma jamás. Si lo que yo quiero es bajar un poco de peso y un mucho de ácido úrico, el hecho de ir todas las mañanas a nadar no serviría para nada. Aunque eso sí, a lo mejor esos tipos se hacen 40 largos y luego tienen una dieta de alubiada y chuletón para merendar. Y ni que decir tiene que yo tampoco soy de tomarme una ensalada y una manzana a la hora de comer. Suelo estar más voraz. Incluso me gusta que los comensales que me acompañan no se acaben su plato para hacerlo yo. Eso siempre me da una alegría.

Mi amigo Echeves suele decir que cuando llamo a Telepizza para hacer un pedido saltan las alarmas: suena una sirena en el local y los empleados activan un protocolo de emergencia. "¡Que llama Cobeaga!", gritan como si fueran bomberos ante un incendio devastador. A mí me hace más gracia cuando Echeves dice que los de Telepizza tienen que usarun sidecar para llevar el pedido a mi casa.

En cualquier caso, seguiré yendo a la piscina e intentaré recuperar la regularidad. Y seguiré yendo solo, por supuesto. Lo digo porque el otro día Ladoire me dijo que esas experiencias había que compartirles y que me acompañaba a nadar. Yo le dije que jamás permitiría que nadie cercano me viese con el gafas y gorro, en una versión olímpica de Fétido Addams.