domingo, agosto 28, 2005

DE CÓMO SUBIRSE EL ÁNIMO


En una de esas cenas, Karlos Argiñano dijo:

"Hubo una época en que andaba un poco deprimido. Y un día, al empezar la grabación de un programa, miré a cámara y dije: 'Señoras, ando un poco bajo de moral, así que si se les ocurre algo para animarme, no duden en hacerlo'. A los dos días de emitirse ese programa, me llegaron un montón de cartas para levantarme el ánimo."

El resto de los mortales debemos conformarnos con una subida de autoestima mucho menos espectacular.


En otra de esas cenas (de índole muy diferente a las acontecidas en el rancho del cocinero), Mein Kampf, Alberto y Eugenio acordaron por unanimidad que la última persona del círculo que se imaginarían suicidándose sería yo. Maican rubricó esta sentencia de esta manera:

"Korba no se deprime. Puede tener un día o dos malos, pero en general está bastante sonriente y feliz. Siempre dispuesto a salir a cenar."

Maican me conoce bien. Su afirmación podría matizarse, pero no le falta razón.



Hace años Agus me confesó algo:

"Cuando a tus padres les empezó a ir mal de dinero y tu madre descubrió cómo tu padre había estado mintiendo sobre vuestra situación económica, me dijo que estaba dispuesta a coger las maletas y largarse. Pero una cosa se lo impidió: que tú estuvieras siempre sonriendo."

Estoy bastante orgulloso de esto.

lunes, agosto 15, 2005

LA MAMMA


Son las 13.40 y tengo una cucharada de marmitako a punto de entrar en la boca. Entonces mi madre me pregunta: "¿Para cenar quieres pollo?". Son esos los momentos en que pierdo los nervios, le grito a mi madre que cómo quiere que piense en pollo para cenar si estoy zampándome un marmitako y añoro mi vida independiente. Podéis pensar que soy un egoísta, que muerdo la mano que me da de comer, que encima que mi madre cocina para mí con todo su cariño yo me cabreo. Si pensáis eso, sois la clase de gente que acompaña su comentario con un "qué bien vives". Pues sí, vivo de puta madre, ¿algún problema?

Cuando conozco a alguien, siempre le cuento lo mismo. Soy un hombre de repeticiones, incluso de ránkings de repeticiones. En el número uno, cómo se creó EL PELANAS. En el número dos, cuando /CENSURADO/ Y en el tres posiblemente esté una anécdota muy parecida a la que encabeza este post: incluye una magdalena, como en EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO, pero no da para varios tomos de novelón sino más bien para matemáticamente exactos comienzos de conversación. El interlocutor exclama: "Ah, vives en San Sebastián. ¡Qué bonito!" Y entonces viene la retahíla: "odio-esa-ciudad-es-un-coñazo-ya-sé-que-vienes-durante-el-festival-de-cine-y-te-parece-la-hostia-prueba-a-venir-un-domingo-de-marzo-y-ya-verás-que-es-una-mierda-de-ciudad".

Todo esto llegué a decírselo a Cayetana Guillén Cuervo cuando fui a VERSIÓN ESPAÑOLA. Lo dije por la tele, sí. "San Sebastián es horrible". Y ella me respondió, riéndose al tiempo que pensaba otra cosa ("Esas cosas no se dicen en la tele, palurdo"), que cuando volviera a Donosti me iban a "canear". No me dieron de hostias, claro, ¿quién se iba a dar cuenta de que un cortometrajista había violado a la Bella Easo en la 2 a la una y media de la mañana?

Lo que no le conté a Cayetena fue que un mes más tarde me iba a ir a Donosti un temporada. Abandonaría mi piso de soltero para volver a mi habitación de adolescente en Villa Cobeaga /CENSURADO/ Vendría por trabajo, un trabajo por el sudaría y vomitaría (literalmente). Pero eso no viene al caso. Lo importante aquí es que volvería a vivir con papá y mamá. A lo mejor esperabais que fueran "aita" y "ama", pero mi familia, aunque vasca, es facha. Sin embargo yo prefiero definirla como del "franquismo sociológico".

Ocho años fuera de casa. Sin padres que te digan que cruces la calle en verde, que te abrigues para salir y que siempre lleves un paquete de kleenex en el bolsillo. Y allí estaba yo, con las ventajas y las desventajas de vivir bajo techo paterno. Las ventajas os las podéis imaginar y no son tan divertidas como los inconvenientes. O bien pensado, el gran inconveniente incluye una gran ventaja. Me explicaré. Tiene que ver con la citada magdalena.

Que cocinen para ti es una gran ventaja. Nadie duda eso. Pero ser comensal puede incluir una pesadilla: son las 8:30 y tomo café instantáneo. Cojo una magdalena y la mojo en el café. Mi madre, con intención de madre, la mejor intención del mundo, la más ilusionada, me pregunta si quiero merluza para cenar. Ella formula la cuestión con una gran sonrisa, queriéndome en cada sílaba. A mí, por el contrario, la pregunta me duele como una patada en los cojones. A ver, tengo un trozo de bollería industrial en la boca, faltan más de doce horas para la cena, ¿QUÉ COÑO HACE PREGUNTÁNDOME ESO? Y me sulfuro. Y ella se disgusta. Y discutimos un par de minutos. Y yo me doy cuenta de que he metido la pata. Pero para mis adentros pienso: "No puedo pensar en una merluza mientras mastico una magdalena."

Hace una semana he vuelto a vivir a San Sebastián y la historia se repite: marmitako y pollo, magdalena y merluza, qué más da. Han pasado dos años y soy más paciente. De momento sólo he discutido tres veces con mi madre. A ver si esta semana que empieza bato el récord de contención del enfado otra vez. Ella quiere lo mejor para mí. Eso está claro.